Paso al Oriente Eterno del hermano Antonio Ceruelo
Adiós al fotógrafo zaragozano Antonio Ceruelo
Se especializó en arte y arquitectura, colaboró en 60 publicaciones, le apasionaba el paisaje y abrazó la masonería.
“Ya sabes que la vida es algo etéreo e intangible, te lo dice un experto, y hay que vivirla en todos sus instantes. En toda la plenitud de su belleza”, decía de vez cuando, tocándose el sombrero, el fotógrafo Antonio Ceruelo. La enfermedad lo había puesto a prueba con extrema severidad, y él la iba burlando como podía, con una resistencia increíble, y con una lección de vitalidad permanente. Resistió, con su corazón débil y sus pulmones maltrechos, hasta la noche del viernes al sábado. Moría Antonio Vicente Ceruelo Caro, zaragozano hasta la médula. Con su humor habitual, y sin perder la serenidad, había dicho muchas veces: “Todos los segundos son un tesoro”. Y él los aprovechaba como podía: viajando, volcándose con la masonería, conversando con su mujer Ana Cásedas y cultivando la amistad.
En los últimos años, incluso cuando le faltaban las fuerzas y pasaba períodos en el hospital, con la radioterapia y otras atenciones, se entregó a un proyecto que le hacía muy feliz: retrataba a pintores (Pepe Cerdá, Louisa Holecz, Sylvia Pennings, Asun Valet, Antonio Cásedas…), escultores (Florencio de Pedro, Pedro Tramullas, Steve Gibson), maestros serígrafos (Pepe Bofarull), comisarias (Lola Durán), escritores Cristina Grande), científicas (Valeria Grazu), gentes de la música y el teatro (Luis Felipe Alegre, Paco Cuenca, Javier Martínez), etc., en sus espacios de trabajo. Como había hecho con la arquitectura, siempre encontraba “secretos que solo la luz puede desvelar”, tal como dijo en 2009 tras dedicarle casi un año de su vida a la catedral de Teruel y una monografía, con texto de Jerónimo Beltrán.
Colaboró muy activamente con la Fundación Santa María de Albarracín con sus publicaciones e invirtió muchas horas en encontrar los pequeños enigmas del Pórtico de la Gloria de la catedral de Santiago. Uno de sus libros más queridos fue ‘Manufacturas del alma’, dos volúmenes, sobre los artesanos de Aragón, diseñado por Samuel Aznar. Viajó por Aragón y disfrutó de los talleres de los profesionales.
Además de esa veta más profesional, siempre gozosa, también era un enamorado de la naturaleza, del mar y de las flores, de las montañas y de los ríos, y deja muchas instantáneas llenas de hermosura. Le gustaban los cielos de Zaragoza, tomaba una foto invadida de fuegos y decía: “El escándalo de esta misma tarde”. Le encantaba conducir, mirar el mundo desde el volante, pararse en cualquier sitio a tomar unas fotos, descubrir restaurantes y tenía un sentido de la amistad excepcional. Era un gran narrador de historias con su aspecto de comisario McCloud (Dennis Weaver), y andaba sobrado de campechanía, humor y picardía.
Colaboró con muchos artistas y diseñadores (Ana Bendicho y Samuel Aznar), con especialistas en arte (José Félix Méndez), y creía firmemente en su opción masónica: era gran maestro adjunto de la Orden Masónica Mixta Internacional ‘El Derecho Humano’. Deja muchos amigos, era un entusiasta de la tertulia, y adoraba una cita del escritor Julio Cortázar: “Las palabras nunca alcanzan cuando lo que hay que decir desborda el alma”. Quizá la frase la podrían pronunciar muchos de sus amigos ante su pérdida ante este artista, discreto y cómplice, que aún no llegaba a la edad de la jubilación.
Durante el domingo 26, su cuerpo podrá velarse en el tanatorio de Torrero.